
Fascinados por el paisaje donde están de algún modo encerrados, los personajes dan continuos paseos mientras se cuentan historias y festejan la belleza de un atardecer o de un guiso de pescado. El tiempo no lo marcan los relojes sino las mareas y los paseos y las charlas, mientras se van sucediendo los dulces atardeceres y los temibles aguaceros que pautan los estados anímicos de la trama. Si El caracol de Byron se pasase al cine, tendría que llevar música de Bernard Herrmann. | Acceder