En un poblado de burros nació una vez un borrico que tenía el rabo de color amarillo limón.
Su papá era un pollino llamado don Timoteo.
Su mamá era una burra que tenía por nombre doña Salomé.
Ambos eran muy queridos en el poblado porque nunca se metían con nadie y siempre estaban dispuestos a ayudar a quien lo necesitara.
Cuando vieron cómo tenía el rabo su primer y único hijo, a don Timoteo y a doña Salomé se les pusieron las enormes orejas de punta.
-¡Oh, Dios mío! ¡Esto no puede ser!
-¿Dónde se ha visto a un asno con la cola de color amarillo canario?
Don Timoteo se preguntó después, nerviosísimo:
-¿Cómo puede sucederle algo así a nuestro hijo?
La burra doña Salomé intentó encontrar una explicación:
-¡Tiene que ser una enfermedad!
Pero a don Timoteo le pasaron cosas peores por la cabeza:
-¡O que una bruja le ha echado una maldición!
Doña Salomé se preguntó finalmente:
-¿Y si se trata tan solo de pintura y lavando el rabo desparece ese extraño color?
Don Timoteo asintió, deseando que fuera verdad:
-¡Qué buena idea!
Se pusieron a la faena de inmediato. Introdujeron en un estanque cercano el rabo del burro recién nacido. Después lo frotaron una y otra vez, le dieron jabón y lo enjuagaron ocho o diez veces. Hasta que se tuvieron que dar por vencidos. El rabo amarillo chillón de su borrico recién nacido no se “despintaba” ni un poquitín, nada de nada, permanecía tal cual.
El asno don Timoteo tiró el jabón con desaliento:
-No es pintura, Salomé, se ve que no lo es.
La mamá burra abrazó a su pequeño borrico:
-¡Ay, hijo mío! ¡Cuánto se van a reír de ti por tener el rabo de este color!
Y el borrico recién nacido, como aún no había aprendido a rebuznar ni entendía nada, permaneció callado y se dejó abrazar... | Acceder